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Cuando John Pemberton inventó la Coca Cola en 1886, vino a revolucionar la forma de saciar la sed en todo el mundo y de esta forma esta gaseosa se convirtió uno de los íconos más representativos del siglo XX. De manera extensiva las bebidas carbonatadas marcaron una era en la comercialización de productos de consumo masivo.
En Nicaragua, la producción y consumo de gaseosas data de inicios del siglo pasado cuando entusiasmados inversionistas locales adquirieron los utensilios para producirlas artesanalmente. A estas pequeñas fábricas se les conoció con el nombre de “chibolerías” debido a que en esa época los envases de las gaseosas eran sellados con una pequeña esfera introducida en el interior del recipiente de vidrio y que por efectos del gas, subía y tapaba la botella, por lo que a estos refrescos se les conoció con el nombre de “chibolas”, que no tiene nada que ver con el término utilizado en Perú.
Fue en el occidente del país en donde tempranamente floreció el negocio de las “chibolas” y las empresas Lacayo y Flores se disputaron el mercado regional. En Managua también se instalaron estas “chibolerías” resaltando la famosa Chibolería Gil que estuvo localizada en la esquina de la Calle Momotombo y la 6ª. Avenida Oeste, a unas cuadras de La Hormiga De Oro. Muchas ciudades del país contaban con su “chibolería” que surtía al mercado local, por ejemplo en San Marcos el pionero de este negocio fue don Félix Vallecillo y posteriormente con mayor éxito don Juan Molina Zeledón quien tenía cubierto además de este rubro, el negocio de las roconolas de toda la zona urbana y rural del municipio.
A pesar de que una gran proporción de la población seguía prefiriendo los refrescos naturales, poco a poco la afición por el sabor especial de las bebidas carbonatadas fue incrementándose, conformándose un mercado interesante para las empresas extranjeras. De esta forma, a mediados del siglo XX comenzó a producirse la Coca Cola de parte de la Embotelladora Milca, propiedad de don Manuel Ignacio Lacayo, hijo del dueño de la Chibolería Lacayo de León.
También la Embotelladora Nacional, S.A. ENSA inició la producción y distribución de la Pepsi que se convirtió en la marca rival de la Coca Cola y que tenía en ese entonces una amplia preferencia entre los consumidores capitalinos. Para esa época ya las chibolas, como medio para sellar los recipientes, habían pasado a la historia y se utilizaba la corcholata, que los Nicas la bautizaron con el nombre de tapa de chibola.
Además de la Coca Cola y la Pepsi estaban presentes las marcas Canada Dry que ofrecía la Ginger Ale, así como refrescos de diferentes sabores, incluyendo a la inolvidable Spur. También estaba la marca Old Colony que tenía como logo la silueta de un personaje de la época de la independencia de los EE. UU. y que ofrecía una variedad de colores y sabores.
De producción nacional estaba la Milca Roja, que se hizo famosa por ser la protagonista de un sonado caso de envenenamiento en Masaya. También estaba la San José, una gaseosa con sabor de naranja que se embotellaba, al igual que la mayoría de las sodas, en la carretera Norte. La ENSA tenía además del Club Soda, refrescos de diferentes sabores. Una gaseosa que gozaba de una gran popularidad debido a que no contenía mucho gas y sus sabores eran tenues, era la Cristal, que embotellaba la fábrica de Galletas Cristal de la familia Guerrero y que desafortunadamente con la intromisión de NABISCO en el negocio de las galletas, esta delicia de soda desapareció del mercado.
También apareció fugazmente en el mercado una gaseosa que aparentemente había nacido en Cuba, la Ironbeer, que tenía un musculoso atleta como logotipo. Luego apareció la Royal Crown Cola, con larga tradición en los EE.UU., cuyo sabor no competía con la Coca Cola ni la Pepsi, pero se lució con una famosa promoción de premios en las corcholatas llamada las siete cabritas. Luego la Coca Cola introdujo la Fanta con sus sabores de uva y naranja, compitiendo con la tradicional Orange Crush. Una de esas embotelladoras trajo de manera muy casual la Nesbitt con sabor a mandarina y también la Citrón de sabor a grapefruit.
Una categoría muy aparte la constituían las kolas, que siguiendo la tradición de la Coca Cola original, se vendían como tónico, pues afirmaban que contenían esencia de kola importada y la promocionaban como ideal para la convalecencia de enfermos; por eso se vendían en farmacias a un precio más elevado. En esta categoría estaban la Kola Shaler y la Kola Carthier, la primera producida por la familia Robleto y la segunda por la familia Lacayo de León. Todo enfermo con ciertos recursos consumía una buena dosis de estas kolas y en algunos pueblos era el acompañamiento ideal para las visitas protocolarias a los enfermos convalecientes.
De gratos recuerdos era la Chipiona, que era una gaseosa que venía en un envase pequeño, tal vez unas 6 onzas, pero de un sabor muy agradable. Sólo se vendía en el establecimiento del propietario que estaba localizado en la 6ª Avenida Suroeste a unas cuadras de la calle 11 de julio.
Por los años sesenta una empresa trajo los famosos Jarritos de México, que venían en sabores muy parecidos a los naturales. Estas gaseosas no tuvieron éxito y al cabo de un par de años desaparecieron del panorama. Otra fugaz fue la Tropicola que no pudo competir con las gigantes tradicionales.
Información cortesía: www.ortegareyes.wordpress.com
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